domingo, 7 de septiembre de 2008


La Iglesia nace como misión del acto del Padre que envía a su Hijo a nosotros, aceptado y creído gracias a la misión del Espíritu: el Cristo, enviado por el Padre, realiza su misión en plena fidelidad filial, conducido por el Espíritu. Sin Cristo no hay misión: él es principio, objeto y agente principal de la misión.

Cristo es el primer misionero de Dios, el profeta del Reino, el único y último Mediador de la salvación. Él ha sido enviado por el Padre, con un proyecto de salvación trinitario ideado y preciso, que realiza en toda su vida, pero en modo especial en la Encarnación y en la Hora pascual. En la misión de la Iglesia continúa la misión de Cristo, no en el sentido que a la misión de Cristo sigue la de la Iglesia, sino en el sentido que la misión de Cristo continúa en la misión de la Iglesia, Cristo realiza su misión con ella, es más, como Cristo es el misionero principal, la Iglesia realiza su misión con él. Se realiza así el gran evento de la contemporaneidad de Cristo. Cristo puede ser nuestro salvador solo si es contemporáneo a nosotros.

La misión de la Iglesia hace contemporáneo a Cristo, para que él pueda salvar a todos los hombres. Sobre esta base se fundan las modalidades concretas de la misionariedad de la Iglesia y el diálogo interreligioso, este también re-conducible por una modalidad de la evangelización. En efecto, dejando firme este compromiso, “conserva íntegra, hoy como siempre, su fuerza y su necesidad… Porque cree en el designio universal de salvación, la Iglesia debe ser misionera”

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