domingo, 16 de noviembre de 2008

REFLEXIÓN



Juan Alva estaba cansado cuando subió al avión que lo conduciría finalmente a casa esa noche. La semana había sido larga y dura, llena de reuniones, ahora lo único que deseaba era poder llegar a casa y descansar.
Los pasajeros iban ocupando sus asientos en el avión y el ambiente se llenaba de voces y risas. De pronto, la gente se calló. Juan giró la cabeza hacia el lado derecho para ver que estaba pasando y se quedó con la boca abierta. Dos pequeñas religiosas que vestían simplemente hábitos de color blanco con una cinta azul caminaban por el pasadizo en dirección a él. Juan reconoció la cara familiar de una de ellas, la piel frágil y arrugada y esa mirada intensa pero a la vez dulce que brotaba de sus ojos pequeños. Esa era la cara que había visto muchas veces en periódicos y revistas. Las dos religiosas se detuvieron y Juan comprendió que su compañera de vuelo iba a ser nada menos que la Madre Teresa de Calcuta.


Cuando todos los pasajeros estaban sentados y con los cinturones de seguridad puestos, la Madre Teresa y la religiosa que la acompañaba sacaron sus rosarios. Juan observó que cada una de las cuentas tenía un color diferente. La Madre Teresa, al percatarse de la observación de Juan, le explicó que era el rosario misionero y que cada una de esas cuentas representaban las carencias de la humanidad. Luego agregó: “Yo rezo por el pobre y el moribundo de cada continente”

El avión despegó y las dos mujeres empezaron a rezar; sus voces eran como un suave murmullo. Juan se consideraba como un hombre no muy religioso ni mucho menos católico. De joven frecuentaba la iglesia cercana a su casa, pero más que todo lo hacía por costumbre. Terminaron la oración final cuando el avión había alcanzado ya la altitud estimada.

La Madre Teresa se volvió hacia él. Por primera vez en su vida, Juan entendió que es lo que la gente quiere decir cuando hablan de una persona que tiene “aura”. Mientras ella lo miraba, un sentimiento de paz lo invadió; él no podía ver nada más que el cielo y las nubes, pero lo sentía. De pronto le preguntó dulcemente:

-“Joven, ¿usted reza el Rosario a menudo?

-No, realmente no, admitió Juan.

Ella tomó sus manos y sonriéndole colocó su rosario en su palma. Y le dijo:

-“Bueno ahora usted lo hará”

Una hora después, Juan se encontraba con su esposa Ruth saliendo del aeropuerto. Al observar el Rosario en su mano, Ruth le preguntó lo que había pasado. Juan se lo contó y le dijo:

-“Siento como si en verdad me hubiera encontrado con una verdadera hermana de Dios.


Nueve meses después, Juan y Ruth visitaron a Claudia, amiga íntima suya desde hacía muchos años. Claudia les confesó que le habían diagnosticado un cáncer.

-“Los médicos dicen que es un caso difícil pero yo pelearé hasta el final. No me rendiré”

Juan se quedó pensativo y tras buscar en su bolsillo, acarició las cuentas del Rosario de la Madre Teresa y le contó lo sucedido.

-“Conserva esto contigo. Te ayudará”.

-“Gracias. Espero algún día devolvértelo”.

Al cabo de un año, Juan se encontró de nuevo con Claudia. Ella, con el rosario en la mano, le dijo: “Lo llevé todo el año, rezando cada día. Me han operado y también me he sometido a un tratamiento de quimioterapia. El mes pasado, los doctores me hicieron una segunda operación y el tumor había desaparecido completamente. Entonces supe que había llegado el momento de devolverte el rosario. Ha sido como si tuviera conmigo una mano amorosa. Alguien más lo debe necesitar”.

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